3 de mayo de 2010

Valdemar Arriaga miró tres veces al monitor.

Valdemar Arriaga miró tres veces al monitor. No podía creer que Jacinto Urquidi con su playera de Ronaldo se encontrara en ese momento lanzando una serie de mensajes revolucionarios a través de una estación que consideró clandestina.

Tomó el teléfono celular y le marcó. Justo después de anunciar una canción de Violeta Parra, Urquidi respondió la llamada. El qué haces fue respondido con un tono diplomático por parte de Jacinto, con el argumento de que estaba cansado de la música con melcocha que transmitían por esa estación, lo mejor era darle un giro a las partituras.

Arriaga empezó a hablar con monosílabos, sobre todo cuando en el momento en que volvió a tomar la palabra, Jacinto dijo que no había rehenes, que sí, que había tenido que amarrar a Anónimo González y dejarlo sentado en su oficina porque estaba un poco agresivo, pero fuera de eso se garantizaba la seguridad de todos quienes laboraban en ese espacio.

Valdemar se fijó en la hora y decidió sentarse frente al monitor de la computadora, todavía faltaban tres horas para el programa de Sara Landeros en esa misma estación y ya habría tiempo para participar en los concursos de la selección musical.

A los treinta minutos, Urquidi habló sobre laberintos y cantantes ingleses, se olvidó de los mensajes revolucionarios y tomó una postura más imperial, esto dio paso para que Arriaga se acordara de los placeres que daban los sitios más oscuros de la ciudad de México, esos que valían la pena visitarse en compañía de los mejores amigos; luego imaginó a Anónimo González, atado, sosteniendo entre los labios un cigarro que se consumiría mucho antes de que Jacinto diera el adiós de esa tarde.