20 de octubre de 2009

ALGÚN DIA LOS EGIPCIOS VAN A VOLAR



Los cartagineses podrían haberlo hecho. O quizás los etruscos o los egipcios. Hace cuatro o cinco mil años podrían haber volado.

Si usted y yo hubiésemos vivido en esa época sabiendo lo que sabemos, podríamos haber construido un aeroplano de madera: cedro, bambú para los largueros y las costillas, unidos con clavijas, pegados con goma de caseína, amarrado con tiras de cuero, revestido con papel o con una tela delgada, pintado con almidón.

Cuerdas trenzadas para los cables de control, bisagras de madera y cuero, un aparato ligero y de alas muy anchas. No habríamos necesitado metal, ni siquiera alambre y nos habríamos arreglado muy bien sin goma y plexiglás.

Podríamos haber construido rápidamente el primero, tosco pero fuerte, haberlo lanzado sobre rieles por la ladera de una colina contra el viento y haber virado de inmediato hacia la cima para aprovechar la sustentación ascendente y volar durante una hora. Quizá hiciéramos cautelosas incursiones en busca de corrientes de aire caliente.

Luego, después de haber probado que era posible, habríamos vuelto al taller y, solos o con la ayuda de los expertos técnicos del faraón, podríamos haber pasado del planeador al velero y las
flotas de veleros. Conociendo los principios, el hombre hubiese descubierto que podía volar, habría contribuido al desarrollo de este arte según las características de cada pueblo y antes de que pasaran muchos años habría planeado a 6,000 metros de altura y recorrido 30 kilómetros a campo través y más.

Y mientras tanto, sólo por diversión, comenzaríamos a experimentar con metales, combustibles y motores.

En aquella época era posible, se podía haber hecho. Pero no se hizo. Nadie aplicó los principios del vuelo porque nadie los comprendía y nadie los comprendía porque nadie creía que los seres humanos podían volar.

Pero a pesar de que lo la gente creyera o dejara de creer, los principios estaban ahí. Un ala curvada y ligera consigue sustentarse en un aire que se mueve y no importa si el aire se mueve hoy, hace mil años atrás o diez mil años atrás. Eso no le importa a los principios; ellos son idénticos a sí mismos y siempre verdaderos. Pero a nosotros, a la Humanidad, nos importa, porque nosotros seremos libres mediante el conocimiento. Crea que algo bueno es posible, encuentre el principio, póngalo en práctica… voilá: ¡Libertad!

El tiempo no significa nada. El tiempo es solo nuestra manera de medir la brecha entre no saber algo y saberlo o entre no hacer algo y hacerlo. El pequeño biplano Pitts Special, que actualmente se construye en sótanos y garajes en todo el mundo, hace un siglo atrás habría sido prueba de un milagroso poder divino. En este siglo vemos docenas de Pitts Special en el aire y nadie piensa que tengan algo de sobrenatural. (Excepto para aquellos de nosotros a los que un tonel rápido vertical doble, seguido por un rizo hacia fuera nos han parecido sobrenaturales desde el principio).

Estoy seguro de que para muchos más de los que están dispuestos a reconocerlo, el ideal de volar va mucho más allá del Pitts Special. Algunos de nosotros podríamos quizás abrigar el secreto pensamiento de que la mejor manera de volar sería aquella que nos permitiera deshacernos del avión, encontrar un principio que nos dejara libres por el cielo. Los acróbatas en paracaídas son los que se han acercado más al secreto, pero como caen directamente hacia abajo, no se puede considerar que vuelen.

Con las cosas mecánicas: las plataformas y los tornos de lanzamiento, ha desaparecido el sueño; sin el metal no se puede hacer nada, quédese sin combustible y se precipita a tierra.

Propongo que busquemos una manera de volar sin aeroplanos. Creo que en este momento existe un principio que lo hace posible y que es muy simple. Hay algunos que sostienen que ya se ha hecho alguna vez en la historia. No lo sé, pero creo que la respuesta es aprovechar de algún modo la energía que mantiene unido a todo el universo invisible, la energía de la cual las leyes de la aerodinámica son sólo una expresión que podemos ver con nuestros ojos, medir con nuestras esferas y tocar con el tosco metal de nuestras máquinas voladoras.

Si la respuesta sobre la forma de aprovechar esta energía está más allá de la máquina, entonces debe estar dentro de nuestra capacidad mental. Las investigaciones sobre telekinesis y percepción extrasensorial, como las de aquellos que profesan filosofías que sugieren que el hombre es una idea ilimitada de energía primaria, exploran una veta interesante. Quizás haya mucha gente volando por los laboratorios en este momento. Rehúso afirmar que es imposible, aunque por el momento pudiese parecer sobrenatural, del mismo modo como nuestro primer planeador hubiese causado perplejidad y temor a los egipcios que se habían quedado en el valle.

Por el momento, mientras estudiamos el problema, el antiguo sustituto de tela y acero que llamamos aeroplano tendrá que seguir entre el aire y nosotros. Pero tarde o temprano –no puedo dejar de creerlo- todos nosotros los egipcios aprenderemos a volar.

RICHARD BACH – 1970

Tomado de:
“El Don de Volar” – Richard Bach

Título original: A Gift of Wings
Edición Original: Eleanor Friede/Delacorte Press
Traducción: Gregorio Vlastelica
© 1983 Alternate Futures Inc. Por acuerdo con Eleanor Friede/Delacorte Press
© 1985 Javier Vergara Editor S. A.
ISBN 950-15-1574-5
Edición de Verlap, 1995.
Digitalización – TROY, Nov. 2007.