12 de junio de 2011

Familia se “desconecta” por medio año


Susan Maushart vivió el sueño de todo padre actual: "desconectó" a sus hijos adolescentes.

Durante seis meses, Maushart quitó Internet, la televisión, los iPods, los celulares y los juegos de video. El fantasmagórico brillo de las pantallas dejó de iluminar la sala. Los aparatos electrónicos ya no sonaban por la noche, como "grillos maléficos" y ella dejó de llevar su iPhone al baño.

El resultado de lo que Maushart llama "El experimento" fue una inmersión en la vida real.

Como detalla en un libro publicado en Estados Unidos llamado "The Winter of Our Disconnect" (El invierno de nuestra desconexión), ella y sus hijos redescubrieron placeres simples, como juegos de tablero, libros, viejas fotos, cenas familiares y escuchar música juntos, en lugar de que cada uno estuviera conectado a su propo iPod.

Su hijo Bill, un adicto a los videojuegos, ocupó su tiempo libre tocando saxofón.

"Cambió Grand Theft Auto por las obras de Charlie Parker", escribió Maushart.

Bill dice que "El experimento" fue meramente la chispa ya que él habría vuelto a la música tarde o temprano. Sea lo que haya sido, se dedicó tan seriamente al saxofón que cuando se acabó la veda electrónica, vendió su consola de juegos y ahora estudia música en una universidad.

La hija mayor de Maushart, Anni, estaba menos "conectada" y leía más que sus hermanos, así que su transición fue la más fácil. Sus amigos pensaron que la prohibición era "cool". Cuando necesitaba computadoras para hacer las tareas escolares iba a la biblioteca. Incluso ahora pasa tiempo sin conectarse a Facebook.

La hija menor de Maushart, Sussy, fue la que tuvo mayores dificultades. La madre decidió que se permitía el uso de Internet, televisión y otros aparatos electrónicos fuera de casa, y Sussy inmediatamente adoptó esa opción al tomar su laptop y mudarse con su padre (el ex esposo de Maushart) por seis semanas. Cuando regresó a casa, se pasaba horas hablando por el teléfono de línea fija.

Pero la privación electrónica tuvo su impacto de cualquier forma: las calificaciones de Sussy mejoraron considerablemente.

Maushart escribió que sus hijos "se despertaron lentamente del estado de cognitus interruptus que había caracterizado muchas de sus horas de vigilia, y se volvieron mejores pensadores".

La madre decidió "desconectar" a la familia porque los muchachos, cuyas edades eran de 14, 15 y 18 años cuando comenzó "El experimento", no sólo usaban los medios, sino que "vivían en ellos".

Al igual que muchos adolescentes, no podían hacer sus tareas escolares sin escuchar música, actualizar sus páginas en Facebook e intercambiar mensajes instantáneos.

Las niñas se habían vuelto "meros accesorios de su propio perfil en las redes sociales, como si la vida real fuese un ensayo con vestuario para la próxima actualización".

Maushart admite haber sido tan adicta como sus hijos. Neoyorquina de nacimiento, vivió en Perth, Australia, cerca de su ex esposo, y curaba su nostalgia con podcasts desde Estados Unidos.

Su mayor reto en la dinámica que impuso fue "abandonar la falsa ilusión de avestruz de que enterrar la cabeza en información y entretenimiento de mi país era tan bueno como estar allí".

Maushart comenzó "El experimento" con una medida drástica: cortó la electricidad durante unas semanas, usó velas en lugar de focos, se bañó con agua fría y comió alimentos guardados en hieleras.

Cuando acabó el "apagón", Maushart esperaba que la reacción de aprecio por la electricidad suavizaría la transición de sus hijos a la vida sin Google ni celulares.

Como resultado de "El experimento", Maushart hizo un cambio importante en su vida: en diciembre se mudó de regreso a Longs Island, Nueva York, con Sussy.

Por supuesto, el traslado perpetuó la necesidad de Maushart de vivir en dos lugares a la vez: mantuvo su trabajo como columnista de un diario australiano y está "viviendo en Skype", porque sus otros dos hijos se quedaron en Australia por la universidad.

Maushart entiende que vivir totalmente desconectado por seis meses no es algo realista para la mayoría de la gente.

Pero alienta a las familias a desconectarse periódicamente. "Una forma de hacerlo es establecer un día a la semana sin pantallas. No como castigo, sino como algo especial", dice.